
Yo era un chico normal, sin muchas preocupaciones más allá de mi formación académica, -Vos estudiá, pibe- me decía mi abuelo –Es lo que más importa en esta vida. Con el estudio vas a poder tener un buen trabajo, una buena casa, una buena esposa y una gran calidad de vida- A esto yo me quedaba callado, reflexionando sobre mi futuro. Los días transcurrían y todo era normal, hasta que la conocí, no voy a hablar de que me enamoré ni ninguna de esas bobadas en las que casi todos los adolescentes pensamos, no, ella era diferente, no era ni hermosa ni horrible, ni extraña o popular, no me sentía enamorado, solo atraído por aquella niña.
La conocí en la escuela, ella era nueva, y por lo tanto, era rechazada por los demás. Un día la vi en los columpios, estaba llorando, su piel era más pálida de lo acostumbrado, procedí a sentarme a su lado. –Hola, soy Lautaro- me presenté, y ante su silencio le pregunté – ¿Por qué estás llorando? ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?- Ella, sin poder creerlo levantó su mirada, sus ojos eran castaños, humedecidos, y trasmitían tristeza. –Ven a mi casa a las 8:00- Y me dio un papel con una dirección.
Cuando llegué a mi casa, almorcé e hice la poca tarea que tenía, algo me decía que esa tarde iba a cambiar todo. Y por alguna razón procedí a dormir una siesta. Cuando desperté eran las 7:36, me bañé, me cambié y le dije a mi mamá que iba a salir a correr y que luego visitaría a una amiga, ante esto, mi mamá me miró asombrada, es típico de todas las madres, preocuparse por la vida social de su hijo. –Bueno, ¿cenás acá?- Yo, extrañado le contesté –Probablemente, pero no me esperen temprano-. Mi madre, me abrazó, y me deseó suerte.
Estaba llegando y empezaba a sentirme incómodo, como observado. Miré hacia el costado y estaba la misma casa que rezaba la descripción del papel, por momentos me sentía acobardado, quería huir, pero me adelanté y toqué el timbre. La chica me abrió la puerta, y pasamos a la sala. Ella fue a la cocina y trajo un cuchillo y una caja consigo, yo no podía hablar, estaba paralizado. –Debo terminar esto- y descorrió aquella alfombra en la que me había fijado al entrar. Debajo de ella había un pentagrama, la chica sacó un libro en el cual el titular rezaba “Cómo beneficiarse de la necromancia”. Ella se cortó las muñecas con el cuchillo y luego me golpeó en la cabeza.
Desperté atado y con el torso desnudo. Tenía unas cortadas en el pecho que parecían runas, ella dijo –Lo siento, me vi obligada a hacer esto contigo, mis padres, hermanos, y mucha gente más-. Ella comenzó a recitar unas palabras inentendibles y se sentía como si unas patas de caballo o cabra se acercaran, yo cerré los ojos y aquí estoy. Hablándote, contándote mi historia a través de estas palabras. Cuando vayas a dormir quiero que pienses en mí, en mi “muerte”, si así se puede llamar.
Te doy las gracias por haber leído estos párrafos. Pensá en mi y en mi forma de… de “morir”. Ahora debo marcharme, si no me voy ellos se enojará conmigo. Adiós. Nos reencontraremos en otra vida, espero.